Las agujas, tal y como se utilizan en el mundo del tatuaje, han recorrido un largo camino. Ha cambiado mucho la forma en que se empaquetan y se venden a los artistas.
Antiguamente, un tatuador compraba miles de agujas, las clasificaba descartando las defectuosas y soldaba las buenas en la configuración que necesitaba. La fabricación de esas agujas era una de esas habilidades que a menudo, separaba al buen tatuador del no tan bueno.
Durante décadas, las agujas más finas se fabricaban en Inglaterra y se exportaban a todo el mundo. Hoy en día, se fabrican agujas de calidad en todo el mundo.
El proceso de fabricación de agujas se transmitía de tatuador a aprendiz con gran cuidado. Cada tatuador tenía su propia forma de ensamblar sus configuraciones de agujas. Antes de que aparecieran en escena los soldadores y las plantillas de agujas, se utilizaban mecheros Bunsen para derretir la soldadura para unir la aguja y luego unirlos a la barra de agujas. La alineación se realizaba a ojo. Cuando llegaron las plantillas de agujas y los soldadores eléctricos todo cambió.
Muchos tatuadores americanos en sus tarjetas de presentación describían las agujas que utilizaban: «agujas limpias», «agujas esterilizadas», «las más finas agujas importadas», «agujas antisépticas», «agujas hervidas y luego sumergidas en alcohol», «agujas quirúrgicas eléctricas»,…
Hoy en día, los tatuadores lo tienen mucho más fácil; ya no tienen que respirar los humos procedentes de realizar la soldadura. La mayoría de las empresas de supplies ofrecen agujas prefabricadas y varias empresas personalizan cualquier configuración de aguja que pueda necesitar un tatuador.